Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

martes, 4 de octubre de 2016

Una literatura sin fronteras (I).



Three studies of Lucian Freud,
Francis Bacon (1969)

Dudo que a mi heterónimo se le haya podido empachar su nueva categoría académica. No obstante, por esos compromisos que surgen en los predios del páramo universitario, ha aceptado una invitación para gesticular -¿pomposo?- sobre la crisis del arte en crisis. Le cedo, escéptico e ¿irónico?, la palabra. Al menos no cita esta vez a Walter Benjamin, aunque adopte un aire camp que para su edad ya suena otoñalmente impostado. Perdonarán mis lectores que, apócrifo y pseudónimo, atienda estas líneas entre ellos.

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Comoquiera que se ha tenido la gentileza de invitarme a este seminario tanto por mi condición de miembro de la «Academia» como por atribuirme generosamente la de escritor, aunque no quisiera parecer snob deberé simularlo, pues, desde Baudelaire al menos, por no remontarme a Chateaubriand, ha sido ésta, la del snobismo, una de las máscaras preferidas del escritor anti(pos)moderno para proteger su sensibilidad y acerar su estilo.

Hace unas semanas, Ignacio Peyró no dejaba ni mucho menos al azar estos aforismos entremetidos en una entrada de su diario digital:

“No todo son noticias terribles. La palabra «reinventarse» -y su concepto subyacente- ya va a menos […] Tiendo a ver más gente que escribe sobre el oficio de escribir que -directamente- escribiendo. Es cosa con su prosapia y -en época mitómana- con su buena venta, pero sin duda uno prefiere la escritura al anhelo de la escritura, como prefiero la lectura a la poesía, en ocasiones no poco ful, de la lectura. […] «Escribo sobre política, cultura y running» me dice un muchacho, y me gustaría ver ahí la tragedia de la cultura contemporánea, pero sólo puedo alcanzar a ver su farsa. […] En casa de un escritor ya anciano. Compruebo que los mismos libros que dieron gravedad a nuestra juventud pondrán algo de alegría en la vejez”.
(Ignacio Peyró, “Algo de alegría en la vejez”)

En las frases de Peyró quisiera tomar pie para aventar unas cuantas reflexiones, personales y sin duda prescindibles como las hojas crujientes y amarillas de este otoño incipiente, sobre el horizonte de la literatura para una generación como la mía que quizás haya sido la última en creerse que la cultura todavía podía permitirnos articular una experiencia que fuese por ella una poética de la libertad. No, como pensase Paul Morand, creo que tras este otoño “hasta entonces caídas, las hojas muertas se ponen a vivir, bajo los neumáticos, rodando hacia el invierno”. Más bien, confío que, recogidas, alimentarán el fuego heracliteo, “siempre viviente, encendiéndose según medida y apagándose según medida”.

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Tengo a la vista el cuadro cuya subasta ostentó durante un par de años el récord económico de venta: 142 millones de euros en una puja de seis minutos Me refiero a “Three studies of Lucian Freud” (1969) de Francis Bacon. Dejo de mirarlo y, snob, me propongo “leerlo”, para epatar la frontera que trazó Lessing entre el espacio plástico y el tiempo lingüístico. El tríptico es la narración de una mirada y la interrogación de y a un protagonista ausente: el espectador-pintor.

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El mercado editorial está atravesado por contradicciones aporéticas. Por un lado, concentración en grandes corporaciones editoriales que ofrecen un tipo de literatura diseñada y organizada para ser consumida en los diferentes nichos de mercado y, por otro lado, más allá de las ilusiones de la autoedición, que de siempre se ha visto desbordada por la realidad de las redes sociales y sus diferentes formatos, proliferan pequeñas editoriales comprometidas en tiradas cortas y, a menudo, hasta artesanales. Ha implosionado definitivamente la fantasía bohemia que, desde el Romanticismo, cifraba en el oficio de escribir un modelo alternativo de profesión liberal.

La crisis del estructuralismo ha marcado “el oficio de escribir”. Todos los experimentalismos del último medio siglo XX, con Jean-Paul Sartre de precursor, han convertido la escritura en el pre-texto del libro por venir. Los monstruos que ha engendrado el sueño de la razón antimetafísica han adoptado la forma de talleres de escritura creativa. Del mismo modo que Charlie Chaplin en Tiempos modernos (1936) apretaba tuercas en la cadena de montaje, en la distopía literaria actual la literatura es vista también como un proceso de manufacturación de la materia prima sentimental a través de técnicas narrativas y poéticas. El igualitarismo de la inspiración, que sigue siendo el residuo operativo del mito romántico, se alcanza mediante estrategias que reducen el fenómeno estético a la descomposición y la armadura de procedimientos de meccano. Siempre he tenido las justas reivindicaciones últimas de T. Todorov como la palinodia entonada por el daño que, indirectamente, ha causado un libro como La gramática del Decamerón (1969).

La mayor parte de los escritores actuales han cursado estudios universitarios vinculados a las humanidades o al periodismo. Han asumido inevitablemente los conocimientos y-ojo a una palabra que, para bien o para mal, ha permeado ya no sólo el discurso oficial, sino la propia práctica docente- las competencias que marcan su difícil «profesionalización». El escritor ya no es quien logra publicar su libro ni quien vela armas en las extintas tertulias literarias de café, sino quien se abre paso y congrega también un pequeño público en la selva o desierto de internet a golpe de googles +, retuits, etc, primero en blogs y después en portales de información, medios digitales, etc. El riesgo es evidente: todo por un like o por un comprador, índices el uno y el otro de una ausencia, la de una literatura de públicos estables y estratificados...

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Así es como se debe de formar la reputación académica. Se manejan cuatro tópicos posmodernos, se los reinjerta en un paper y se podrá recibir un certificado que asegure el retorno social o la transferencia divulgativa de conocimientos que justifiquen las actividades económicas de un proyecto de investigación. Sería todo demasiado truculento incluso para el cruel vodevil de la vida universitaria -con sus humillantes salidas y entradas-, si no fuera porque las derivadas del propio sistema ponen en juego también la mera subsistencia material.

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