Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
Quiere ofrecer reflexiones, opiniones y lecturas a personas atentas a la vida del espíritu y de la cultura.

martes, 12 de abril de 2016

Con(tra) la educación.



The Country School,
Winslow Homer (1871)

Puede que mi experiencia escolar, como alumno y como padre, me haya proporcionado una visión nihilista de la pedagogía. Tras toda la cháchara actual de educar en valores, la emprendeduría, las competencias, sigo viendo en la escuela el instrumento privilegiado del poder para vigilar y disciplinar las sociedades. No lo critico; acepto de mejor o peor grado que me vigilen y me disciplinen; en cambio, me parece una estafa que pretendan que me crea, ya no que sea o no bueno, sino que estoy equivocado, y que, por tanto, debo estar más vigilado y disciplinado. Es precisamente esto lo que más me indigna de la nueva fase que padecemos. Intenta perseguir y eliminar los “fallos de seguridad” que, pese a todo, antes permitían a profesores y alumnos experimentar con la libertad del conocimiento, reducido ahora a manufactura en serie tecnológica.

El alumnado se ha visto rodeado y encarcelado al ser convertido en el centro narcisista de un proceso educativo que, en el fondo, busca alienarlo. El profesorado se ve sometido a una constante humillación que pone en riesgo la viabilidad misma de su ocupación. Debe ocultar sus conocimientos, tratar de pasar desapercibido y someterse a las reglas “democráticas y felices” que se le imponen, ya no de manera simplemente pasiva sino demostrando entusiasmo por ellas.

Me ha alegrado, pues, leer el libro valiente de Alberto Royo (1973), Contra la nueva educación (Barcelona, 2016). Comparto su diagnóstico y me admira su conclusivo “escepticismo esperanzado”. También me ha divertido la estructura del libro que, a lo largo de sus capítulos, traza la tipología de cinco clases de “parasitismo” neopedagógico (totalitarismo tecnológico, plurilingüismo, la tiranía de las emociones, la empleabilidad y el charlatanismo). 

En su argumentación Royo continúa abogando por un sistema público de enseñanza que garantice la igualdad de oportunidades, sobre la base de conceptos tan desprestigiados como esfuerzo, disciplina y mérito. Un sistema así, frente al cual las acusaciones que pretenden identificar automáticamente ineficiencia con sobrecoste son desmontadas, no pretende garantizar el triunfo económico y social del modelo tecnomercantil que se quiere pasar por el único posible, pero, sin duda, cree que podría seguir facilitando un orden social y económico de ciudadanos libres, es decir, de personas “formadas”.

Lamento tener que repetirlo, pero, puesto que la escuela antes llamada católica y ahora con justicia denominada concertada, se ha entregado con furor al doctrinarismo neopedagógico, la progresiva caída de la escuela pública en sus garras alumbra un futuro esperpéntico y de paradójica desolación económica y social.

Royo se declara heredero de un mundo ilustrado que se opone al regreso de un nuevo “oscurantismo” bajo la forma de todos esos asesores, consultores, coaches, directores de recursos humanos, etc., que están asaltando el “mercado” de la educación mediante la eliminación de cualquier “competidor” que se oponga a sus productos. Royo comenta con solvencia y humor –que es la manera de atemperar el horror- no pocas de esas vomitonas verborrágicas en forma de papers, informes, coloquios, presentaciones, etc., que no cesan de expeler los charlatanes neopedagógicos con indudable éxito comercial. 

Discrepo, sin embargo, de que ese oscurantismo sea “medieval”; es completamente postilustrado. Una dialéctica ilustrada-reaccionaria puede ser consoladora pero, en el fondo, inoperante, como demuestra la perpleja sinceridad de Royo al constatar que tanto PSOE como PP han apostado en sus sucesivas leyes educativas por idiotizarnos para hacernos tal vez felices. Como soy reaccionario, y por tanto pesimista y hasta conspiranoico, añadiría que se quiere que seamos felices de que nos gobiernen de un modo que ni siquiera es ya suyo, sino de la maraña de grandes corporaciones transnacionales que ya no funcionan piramidalmente sino que se transmiten víricamente.

Royo todavía cree en el Estado en tanto que formulado de una manera moderna. Observa con acierto su desmantelamiento en el mundo educativo, pero lo atribuye, a mi juicio equivocadamente, a fuerzas involucionistas. No es que éstas sean progresistas, sino que esta dialéctica progreso-reacción se ha visto sobrepasada, hasta el punto de que está en vías de ser zanjada. El triunfo “total” del Estado moderno está provocando esta mutación genética monstruosa que no será revertida aunque deba ser, por la inutilidad de la tarea, completamente resistida como hace el autor.

Tras el discurso de las emociones y del “aprendizaje invertido” late un programa global que ya no distingue primariamente entre los hijos de los “ricos” y los de los “pobres” sino entre “capaces” e “incapaces”. Si se hace creer la falacia de que todo el mundo dispone de talento y de genialidad, será más fácil escoger a los “capacitados” dejando al profesorado la tarea internalizada de asegurar la feliz ignorancia de los “incapacitados”. A fin de cuentas, una escuela de “ricos” tampoco potencia la memoria, la atención y el conocimiento. Puede que siga proporcionando contactos e incluso que su disciplina sea mayor, pero su elitismo no es exactamente ya “educativo”. Sucede que la enseñanza pública está obligada, por su propia naturaleza, a llegar a todo el mundo; por eso es ya la única escuela de los pobres, para vergüenza de tantas congregaciones religiosas que han abandonado su carisma inicial y que deberían seguir compartiendo esa tarea formativa.

Para Royo es incontestable que “la transmisión de conocimientos es la labor fundamental del profesor”. Yo replico: para el nuevo orden pedagógico justamente su negación es lo que debe ser incontestado. A su consecución sus secuaces están aplicándose sin descanso. De hecho, el acoso continuo al profesorado, al que se le acusa de estar “mal formado” y de no adaptarse a los “nuevos retos” de una educación horizontal y en red, tiene un objetivo a medio plazo evidente: no sólo frustrar que los profesores nacidos antes de la aplicación de la LOGSE puedan alcanzar su madurez profesional, sino impedir que, al ejercer su magisterio, su modo de enseñar pueda sobrevivir. Es una tarea de esterilización que esconde una purga propia de un estado de guerra maquillado.

Admiro y me angustia la apuesta ilustrada de Royo por distinguir entre mito (neopedagógico) y logos (didáctico). Y digo que me angustia porque reconozco en esa apuesta un mito -una fábula- que nuestra generación asumió con una fe y una pureza que duele. Creímos que, primeros hijos de la democracia, actualizaríamos y desarrollaríamos aquel programa de la Institución Libre de Enseñanza de principios de siglo XX que culminaba en la mítica Residencia de Estudiantes o en las Misiones Pedagógicas que fueron convenientemente recicladas y devoradas políticamente por el franquismo. Fijaos, por ejemplo, en el simbolismo de los nombres de los programas de contratación universitarios (Juan de la Cierva, Ramón y Cajal…). ¿No oléis todavía la carne quemada de tantos compañeros en esa pira que nunca fue sino una “fantasía” que intentamos hacer realidad antes de verla expropiada y privatizada por nosotros mismos?

No es este un libro de carácter agresivo, puesto que no quiere atacar a nadie. Es un acto de resistencia. De legítima defensa. Su título, Contra la nueva educación, denota oposición porque se opone a la novedad, si es dañina, y defiende la tradición, cuando es valiosa. Ni rechaza toda innovación ni alaba las tradiciones que no son dignas de elogio. Pretendo defender con argumentos y con innegable entusiasmo un modelo de instrucción pública serio, ilustrado, basado en el conocimiento y la exigencia, que ejerza su función de palanca de mejora social para las personas y se aleje de supercherías y propuestas excéntricas mejor o peor intencionadas”.
(Alberto Royo, Contra la nueva educación) 


Royo acude a no pocos ejemplos cinematográficos que me animan. Sin embargo, me asalta ahora la escena final de Shutter Island (2010). Consciente de que no hay salida de esa isla frenopática, Teddy Daniels comenta reafirmándose en una historia que le han querido hacer creer que es una alucinación: “Este sitio me hace pensar: ¿Qué es mejor? ¿Vivir como un monstruo o morir como un buen hombre?”.

12 comentarios:

  1. Querido Cavalcanti, me alegra leer su texto, ya que coincidimos en todo, discrepando de Royo en lo que merece. Somos reaccionarios, no ilustrados. En efecto, yo defiendo lo que llamo, por usar algún nombre, corriente "vintagista" en educación, que sería una vuelta al trivium y al quadrivium (todo es más complejo, pero necesitaría un libro para explicarlo). Se lo digo, porque este párrafo es muy esclarecedeor:

    Discrepo, sin embargo, de que ese oscurantismo sea “medieval”; es completamente postilustrado. Una dialéctica ilustrada-reaccionaria puede ser consoladora pero, en el fondo, inoperante, como demuestra la perpleja sinceridad de Royo al constatar que tanto PSOE como PP han apostado en sus sucesivas leyes educativas por idiotizarnos para hacernos tal vez felices. Como soy reaccionario, y por tanto pesimista y hasta conspiranoico, añadiría que se quiere que seamos felices de que nos gobiernen de un modo que ni siquiera es ya suyo, sino de la maraña de grandes corporaciones transnacionales que ya no funcionan piramidalmente sino que se transmiten víricamente.

    Es lo que los Royo de turno no acaban de entender, siendo recta su intención, que la era industrial ha terminado, que volvemos al orden, que volvemos al Medioevo, a la ley natural, a todo lo que la Ilustración destruyó. Y que eso, aunque usted no lo crea, me temo que aquí discrepamos, viene gracias al cambio que ha significado Internet.

    Saludos, Maestro.

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    1. Amigo Emilio, ¡qué gusto leer a un reaccionario de una pieza! ¿No cree usted que, además de por ser pocos e irreductibles, nos detestan porque el que nos hagan vivir dispersados nos hace más fuertes? ¡Qué ganas de leer esa reivindicación del trivium y del quadrivium! Pero dejémonos de autobombos.

      Tal vez discrepemos menos sobre el hecho en sí de Internet y mucho más sobre las premisas o las consecuencias de nuestro común reaccionarismo. Demaistriano, considero Internet, como la Revolución, un instrumento de la Providencia. Produce horrendos estragos, pero es el justo castigo de/a la era industrial. De hecho, contra los exegetas modernistas, creo firmemente que el relato del Génesis sobre la Caída es de un literalidad alegórica espantosamente precisa.

      ¿Es esta nuestra discrepancia "de fondo"? Usted cree, ¿eliotiano?, "que volvemos al orden, que volvemos al Medioevo, a la ley natural, a todo lo que la Ilustración destruyó" "gracias al cambio que ha significado Internet". Tiene razón que doy por descontado que de "este" mundo nada se puede esperar; pero que todo depende de "otro" mundo no quiere decir, como manipula el psicologismo espiritualoide a derecha e izquierda, "en" otro mundo (las herejías siempre empiezan por el mal uso interesado de las preposiciones). Aquí creo que nuestra coincidencia es consoladora.

      Es cierto: no veo posible ninguna restauración, porque el "pecado" de la Ilustración es tan grande que nos dejó sin derecho a ella. Ahora bien, vuelve a quedarnos la oportunidad de vivir escatológicamente, dispersos y resistentes. Milenarista, el Medioevo nos enseña el camino para anticiparlo. Gramáticos, debemos estar atentos a la matemática celeste de la música... en medio de Internet.

      Saludos amicales.

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    2. Me deja usted asombrado. Le cito.

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  2. No sé los "Royo de turno", pero este Royo agradece la lectura del libro y las consideraciones, tanto las recogidas en este artículo de Calvacanti, como las que se encuentran en el comentario de Emilio Quintana, muy especialmente las discrepancias bien argumentadas de ambos.

    Un saludo cordial a los dos.

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    1. Perdón por la errata en el nombre del autor del blog. Son estos cacharros...

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    2. Que un libro con el que se está de acuerdo en conjunto te permita articular discrepancias es una maravilla. Y más si se trata de debelar la neopedagogía, que siempre es tan proactiva, tan sonriente, tan propositiva, tan falsa... Y si además el autor tiene la delicadeza, como es en este caso, de dejar una nota, el reseñador se siente, más que reconfortado, hasta emocionado intelectualmente. ¡Gracias, Alberto!

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    3. Al contrario. Ha sido un placer.

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  3. Si se me permite intervenir, creo que la raíz de todos los males que nos afligen se halla en que la política, después de asolar otros ámbitos, se ha apropiado también de la educación. Desde mi punto de vista, es obvio para qué: para convertirla en laboratorio de ingeniería social. Su éxito ahí resulta indudable. A partir de este punto, los planteamientos de naturaleza regeneracionista que nos propongamos llevar a cabo me temo que nacen condenados al fracaso. Porque insisto en que lo que a nosotros nos puede parecer un fracaso sin paliativos y una auténtica apoteosis de la mediocridad y del igualitarismo más rastrero y demagógico, para ellos, sus artífices, ha constituido un éxito de cuyo alcance todavía se sorprenden. De ahí que, con independencia del sesgo ideológico del partido en el poder, se halla mantenido dicho sistema prácticamente inalterado hasta ahora mismo. Piénsenlo: un sistema que garantiza generaciones de alumnos semialfabetizados, con fácil acceso a títulaciones académicas vacías de contenido y que disfrutan de un amplio elenco de derechos que no han tenido que esforzarse en conquistar. ¿Quién iba a atreverse a protestar contra eso? La genialidad de los pedagogos que diseñaron la Logse y de los políticos que la implantaron y la han mantenido vigente reside en haberse dado cuenta de que es una ley que se adapta perfectamente a la mentalidad pastueña y servil de una amplísima franja social de esta nuestra nación. De lo contrario hace tiempo que hubiera sido derogada. La escuela como ámbito lúdico y todo el resto de despropósitos que se vienen arrastrando desde entonces, junto con el desprestigio del profesorado, la anulación de jerarquías, etc, todo ello cuadra milimétricamente con las expectativas de una sociedad inmadura, hedonista, pasiva y autocomplaciente. Si se trataba de que la escuela actuase como contrapeso de tales vicios, ya podemos afirmar que la voluntad de nuestros políticos (deseosos únicamente de asegurarse un cuerpo social lo más simple y manipulable posible) era otra.
    Lo que ocurre es que, a veces, los experimentos sociológicos tienen consecuencias inesperadas...

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    1. Lo que usted dice es cierto. Oponerse en las circunstancias actuales es casi un acto heroico de resistencia condenado al fracaso. Pero... La España que está volviendo es la del siglo XIX, exaltada y débil. Jóvenes malformados pero en nada serviles, porque se les ha hecho creer que no hay diferencia entre estupidez e inteligencia y que, en todo caso, uno tiene "derechos". Manipulados y esclavizados, sí, pero haciéndoles creer que viven todavía en la realidad -en la prisión- construida a la medida de sus deseos. Conclusión: es más fácil fijar una versión posmoderna de las condiciones laborales de las minas británicas del siglo XIX, de acuerdo con el modelo de aquel esclavista de Pinocho que a los "niños malos" los latigaba hasta convertirlos en "burros", después de haberles dejado jugar, beber y fumar hasta reventar.

      Los neopedagogos han triunfado, sin duda. No del todo, porque todavía rechinan condescendientes cuando un libro como el que aquí se reseña sale publicado. En el fondo, han construido un negocio de la enseñanza con aspiraciones monopolísticas. Como nuestros políticos, esperan exprimirlo hasta la última gota. Son "las consecuencias inesperadas..." no las que intentamos evitar, sino tan sólo describir.

      ¡Gracias por su comentario!

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  4. Encantado de haber intervenido en su página a propósito de un tema del que nunca acabaríamos de hablar. Esos neopedagogos al servicio de la política han comprendido ante todo que la educación es poder, sólo que en su caso no está al servicio de la liberación de la persona, sino del sometimiento de las masas. Así nos luce el pelo.

    Por cierto, se me ha colado un "halla" donde, evidentemente, debería haber un "haya". Mis disculpas.

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  5. Me atrevo a recomendar dos libros sobre los temas que aquí discutimos. El primero es de Standage sobre lo que Internet significa como vuelta al orden reaccionario, es decir, a la ley natural: https://www.amazon.es/Writing-Wall-Social-Media-First/dp/1620402831

    El segundo es una reivindicación de la ontología por parte de Maurizio Ferraris, un italiano que es imprescindible: http://www.laterza.it/index.php?option=com_laterza&Itemid=97&task=schedalibro&isbn=9788842098928

    Son dos de los pilares que sostienen mis argumentos.

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