Donna me prega

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martes, 19 de enero de 2016

La escatología de Odo Marquard.



El sueño de la razón produce monstruos,
Francisco de Goya (1797)

No sé si mi amigo germanófilo perdonará que recupere las palabras que mi heterónimo dedicó en una presentación al libro con que su alter ego filosófico había ganado el XXIII Premio Joan Maragall (2012). Escatología i modernitat. El pensament d’Odo Marquard (Barcelona, 2014) es de hecho la primera síntesis del pensamiento escéptico del filósofo alemán recientemente fallecido Odo Marquard (1928-2015). Como tal, es una obra póstuma en tanto que anticipadora.

Todo lo contrario del liberalismo teológico que ha invadido nuestra vida intelectual, los puntos de vista de mi amigo son de una extraordinaria sagacidad crí(p)tica. En tanto que «escolástico», en su intención, en su estructura y hasta en su estilo, este libro, no obstante, desconcertará simultáneamente a sus lectores. No se encuentra en él una reivindicación de la philosophia perennis. Al contrario, se mantiene al margen de cualquier apologética.

Por ello, es un libro a la vez conservador y posmoderno, pues su crítica de la modernidad juega entre, y no sólo en, los límites dúctiles del genitivo objetivo y subjetivo. Le mueve un afán de comprender y, por tanto, de revelar las articulaciones internas de un pensamiento como el de Marquard que se esfuerza por descargar y, así, escamotear cualquier intención enfática de sentido en un mundo hipertribunalizado y siempre dispuesto a evadir cualquier intento de imputabilidad.

Con el filósofo alemán, Carlos Llinàs sostiene que la vocación del filósofo sigue siendo extemporánea y conflictiva, pues, a pesar de que la filosofía ha visto reducida su campo de acción tradicional, mantiene su función de compensar incompetencias. La verdad es, por naturaleza, incómoda; su búsqueda, difícil; y la filología ha proporcionado al filósofo la posibilidad –la excusa− de dedicarse a la verosimilitud.

Es esta tensión entre filosofía y filología el trasfondo sobre el que se alza, indirectamente, el núcleo teológico de la argumentación de su obra que no se reduce, ni mucho menos, a la oposición entre los conceptos de escatología (cristiana) y modernidad (secularizada).

El núcleo de la tesis de Marquard que Llinàs explora podría resumirse así: la modernidad, definida como la época de las neutralizaciones de todo énfasis y de toda intención directa de sentido, es la segunda refutación de la gnosis después de que la refutación patrística y medieval del marcionismo fracasase ante la contrarrefutación que le opusieron la teología medieval de la omnipotencia divina y la de la Reforma protestante.

Llinàs sostiene que esta concepción histórica de la modernidad acaba chocando no sólo con contradicciones externas. La respuesta teodiceica que en sus orígenes elabora Leibniz conduce en apariencia inevitablemente hacia las formulaciones gnósticas de las filosofías de la historia del siglo XIX (y muy especialmente, el marxismo).

La disputa filosófica entre Odo Marquard y Hans Blumenberg sobre el concepto de «secularización», la que mantiene el autor alemán con las dos versiones, positiva y negativa, de finalidad escatológica de la modernidad que sostienen Karl Löwith y Jacob Taubes; e incluso el trasfondo de los planteamientos de Reinhart Koselleck sobre los fundamentos y el desarrollo de la crítica ilustrada, buscan dar respuesta a unas preguntas que podrían formularse de la siguiente manera: 

¿Ha hecho la gnosis fracasar siempre cualquier intento de ahorrar el riesgo del absolutismo escatológico? O, por el contrario, ¿ha «olvidado» la refutación moderna su continuidad histórica respecto de la primera? La descarga de toda intención enfática de sentido, es decir, el desvío de cualquier proyección escatológica, incluso intramundana, agravaría de este modo la situación del escepticismo contraescatológico.

La estructura global del libro se presenta, pues, como un intento no de refutar la refutación moderna de la gnosis, sino de recuperar la tensión escatológica entre ambas refutaciones (patrística-medieval y moderna). Escatología y modernidad, en principio contrapuestas, acaban revelando su condición complementaria.

Ante una (anti)modernidad escatológica, como las de la filosofía de la historia, Llinàs plantea, en polémica con Marquard, una escatología moderna, la cual no se identifica «superando», «sobrepasando», ni tampoco «restaurando», la escatología cristiana medieval. En cambio, lanza una apuesta histórica y  filosófica por establecer un hilo de continuidad entre la edad media y la modernidad, como la que en otro sentido ha propuesto también últimamente Rémi Brague

Llinàs argumenta la necesidad que una modernidad escéptica tiene de incluir les intensidades escatológicas cristianas, si no quiere contradecirse enfatizando excesivamente cualquier intención enfática de sentido, entre ellas las transhistóricas del propio cristianismo. En esta apuesta se entrevé lo que el autor llamaría un armónico que no ha querido sino dejar en penumbra: la recuperación de la teología pneumática del Oriente cristiano medieval.

Este punto culminante de su argumentación conduce hacia el final abierto de este libro, anunciada explícitamente por la cita de La genealogía de la moral que sirve de eje central en torno al que se articula el volumen. Según Nietzsche, tras su hundimiento como dogma, el cristianismo se enfrentaría ahora a la extinción de su moral. Este acontecimiento interrogaría al hombre contemporáneo sobre toda voluntad de verdad. Carles Llinàs considera que la radicalidad de esta pregunta no puede ser rehuida a la hora de hacer una historia de la modernidad.

Me atrevo a decir que Marquard fácticamente se encuentra que todas las cuestiones que trata (la gnosis con sus refutaciones y contrarrefutaciones, la teodicea, la filosofía de la historia) son en último término cuestiones teológicas; o sea, que la sustancia de todas las cuestiones y de los motivos conductores de su pensamiento es una sustancia teológica […] El reverso de una narración inteligente de la historia de la modernidad que quiera evitar el uso enfático de términos como «secularización» y otros no puede ser una que sólo prescinda del elemento teológico, una en que el elemento teológico sencilamente se haya desvanecido, sino una narración que explique el encadenamiento de hechos de esta época como la exposición teológica de la autosupresión teológica de la teología –del cristianismo. Y eso es lo que, subyacente a Marquard, en realidad hizo Nietzsche”.
(Carlos Llinàs, Escatología i modernitat. El pensament d'Odo Marquard)

Es esta intensa descripción la obra en potencia que, compartida por mi amigo germanófilo en inacabables horas de amistad, su amigo güelfo, filólogo, desea leer insaciablemente.


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