Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
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martes, 21 de mayo de 2013

La decisión de Ulises. Dante más allá de Tennyson.



Il naufragio della nave di Ulisse
(ca. 1390-1400) 


Bajo el signo de la astucia y del engaño, Odiseo se enfrenta constantemente a la muerte. Leyendo a Homero, se tiene la sensación de que, combatiendo el olvido, su protagonista, arquetipo del viajero, bebe el cáliz de su destino sin concesiones, con dureza. No me refiero a los múltiples peligros que le acechan en sus inacabables aventuras y que no son más que síntomas del odio más profundo de Poseidón, divinidad de los abismos. Odiseo vive con una intensidad desbordante la conciencia de su muerte, fiel reflejo de su poderosísima inteligencia.

No veo en Ítaca sólo una meta, el objeto del retorno, sino, de un modo más punzante, la decisiva asunción de su destino. Dilatando su consumación, llega a adquirir esa angustiosa magnitud mítica de inminencia irresuelta que hierve bajo la impaciencia de Telémaco, el hijo que necesita la vuelta del padre para poder sucederlo.

Siempre me ha parecido contradictorio el deseo de Constantin Cavafis: un viaje largo, lleno de experiencias, que dure muchos años. El valor de Ítaca, que sería ausencia, sombra, nada –la πενία platónica- consistiría en abrir la posibilidad de la multiplicidad y la diferencia de la vida –πόρος-. Cavafis sabía muy bien que, para conjurar el fin, cabe sorber el presente con un melancólico apasionamiento que otorgue sentido al límite de la vida, aunque todo se juegue realmente en ese límite imposible de posponer continuamente.

Más escéptico, más trágico, más conservador, Jorge Luis Borges se pregunta si el Odiseo que recupera el trono y el tálamo y, por tanto, su nombre, puede olvidar la identidad huidiza de su destierro que es la de Nadie viviendo diseminado, descentrado, en un pasado que es pura ilusión del recuerdo convertido en escritura. Tampoco en Ítaca parece encontrar el hijo de Laertes la meta de su misión.

Alfred Tennyson, en sus bruñidos versos, descubre algunas de las claves que han configurado la imagen moderna de Ulises. “I cannot rest from travel”, porque “I am become a name”. Siempre más allá, el viejo cede el paso a su hijo para ser más él mismo, el nombre en el que se ha convertido adherido a cada sombra de sus viajes. Recupera a sus compañeros ancianos para cantar, para conquistar cada respiración arrebatada a la muerte: “Death closes all: but something ere the end, / some work of noble note, may yet be done”. El tiempo y el destino pueden debilitar el coraje de sus corazones pero no pueden impedir la afirmación de la lucha, de la búsqueda, del no aceptar rendirse: “that which we are, we are”.

El entusiasmo rejuvenecido de Tennyson, que no teme a los confines del mundo, es un lujo por el que Dante, desengañado, no se deja seducir. La sed de aventura de su Ulises es tanta como la del otro, pero es más áspera, más desesperada, más realista. En el inglés la voluntad se afirma como un acto a punto de zarpar. En el italiano es –prometeica− el álgebra poética de una furia desmesurada. La arenga del Ulises dantesco a sus compañeros, a punto de cruzar el Estrecho, es de una precisión crepuscular casi diabólica:

“O fratri”, dissi, “che per cento milia
perigli siete giunti a l’Occidente,
a questa tanto piccola vigilia
de’ nostri sensi ch’é del rimanente
non vogliate negar l’esperïenza,
di retro al sol, del mondo sanza gente.
Considerate la vostra semenza
fatti non foste a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza.”


La sabiduría de los clásicos radica también en la inmediatez de su trato con el ultramundo. En Dante Ulises habla desde el infierno, desde la condena de haber seguido, sin concesiones, su “virtud y conocimiento” y no, como en Tennyson, desde la alegre perspectiva de un nuevo viaje otoñal.

En la Odisea Homero también había intuido que el fin del Laertíada no podía decirse en este mundo sino desde el otro. En el conocido pasaje del canto XI (vv. 126-137), el profeta Tiresias le predice en el Hades su muerte: una muerte “dulce” y “lejos del mar”. Algunos críticos recientes –como Alain Ballabriga−, señalando alusiones paródicas e intertextuales con otros poemas odiseicos, amén de analizando el pasaje gramaticalmente, corrigen que se trataría, al contrario, de una muerte violenta que acaecería en el mar.

Dante, como Homero, percibe que Ulises es un hombre de sombras, envuelto por la muerte. A Ulises le caracteriza una soledad moral que Ítaca pone a prueba. Sus compañeros han ido desapareciendo en el viaje de regreso –Tennyson lo omite piadosamente- hasta que sólo él llega, como un náufrago, a las puertas de Ítaca. Debe enfrentarse a los pretendientes y exterminarlos, antes de poder emprender esa “otra empresa muy grande y difícil” que también de noche ha tenido que comunicar a su esposa.

Tengo la certeza de que en la vida hay un momento en que, como Ulises, solo y desguazado, uno recapitula todos los compañeros que han ido quedándose atrás y sabe que no tiene opción: debe decidir que su destino se cumpla. La única recompensa será afrontar la empresa más difícil. Tras regresar al origen de la misión, cabrá afrontar el último paso: la propia muerte.

Dante, terrible y genial, le concedió a Ulises la palabra última ante el abismo: “infin che’l mar fu sovra noi richiuso”. Modesto, en cambio, espero tan sólo una definitiva palabra de luz.


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