Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
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lunes, 24 de septiembre de 2012

La pedagogía según Bolonia: "un objet trouvé"





En 1917 Marcel Duchamp envió a un salón artístico en Nueva York, en que participaba como responsable del comité de selección, una obra llamada Fuente, que era (no representaba) un urinario girado 90º, con la firma de R. Mutt y la fecha del evento. El escándalo fue tan mayúsculo que se prohibió exponerla. Fue conocida a través de la fotografía y de la reseña de la exposición que aparecieron –oh, ironía- en una revista titulada The Blind Man. Extraviada poco tiempo después, se ha convertido en una referencia teórica del arte del siglo XX.

Resumo muy brevemente qué singularidad se ha atribuido a este ready-made u objet trouvé. Según Duchamp, lo que en él se alteró fue el valor de uso. Su autor “lo eligió” para que desempeñara una función distinta de la prevista. “Creó un pensamiento nuevo para ese objeto”, sostuvo Duchamp sobre su heterónimo Mutt. Sobre la acusación de plagio, se defendió con una boutade: “Las únicas obras de arte que Norteamérica ha producido son la fontanería y los puentes”.

De la onda expansiva de bombas como esta, el concepto de cultura humanista ha quedado hecho trizas. Si, materialmente, la Fuente hubiese perdurado y algún gracioso hubiera querido jugar a iconoclasta, lo único que habría conseguido es que el urinario le hubiese devuelto pantalones abajo su meada, con perdón (fíjense los lectores en la posición del tubo). El rigor humorístico de Duchamp es implacable.


Pedagogía ready-made


Los pedagogos postmodernos, que brotaron como hongos del 68, comprendieron que las esperanzas de un “hombre nuevo” habían resultado aterradoras. Considerando que la cultura humanista era una estafa piramidal (promete beneficios que sólo han visto los dueños de las reglas del juego), debieron de pensar –marxistas cansados de serlo- que ya era hora de usufructuar las plusvalías de unos valores en quiebra. Es cierto que, en la consecución de sus objetivos, no habrían tenido el éxito que han tenido si tantos y tantos filósofos, filólogos, historiadores, etc, no les hubieran confiado con mucho entusiasmo sus ahorros. De estas inversiones ha surgido esa megacorporación llamada Bolonia. Colegas, el futuro en nuestras manos al son de dos palabras mágicas: innovación y excelencia.

Si en el siglo XIII la Universidad de Bolonia plantó las bases de la modernidad occidental, parecía que en el siglo XXI el Plan de Bolonia nos iba a abrir las puertas de la postmodernidad postoccidental. Aunque al proyecto boloñés se le ha hecho sobre todo una crítica económica por la mercantilización de la Universidad, nos hemos olvidado de la parte estética. Bolonia es al conocimiento lo que el urinario de Duchamp al arte clásico. Azotados por las crisis derivadas de la burbuja tecnológica y de la burbuja inmobiliaria, falta todavía que nos estalle la burbuja educativa.

Pensemos en la alteración que sufrieron todos los elementos del proceso comunicativo a raíz del ready-made de Duchamp y comparémoslos con Bolonia. En primer lugar, un objeto en serie reemplaza a un objeto artesanal: el urinario de cerámica a una escultura de mármol. Bien, en Bolonia, los conocimientos son sustituidos por competencias; es decir, un power-point en lugar de una clase magistral. 

Si el urinario de Duchamp desaparece y sólo queda la fotografía, analógicamente el power-point se convierte en una actividad colgada en Moodle dentro de la carpeta “aprender a aprender”.  Por tanto, al igual que en el caso de Duchamp el autor es R. Mutt, para la nueva Bolonia el profesor, el maestro, debe ser llamado agente docente, el cual, entre otros posibles, desempeña su papel dentro de la acción educativa.

De todos modos, si nuestro acceso al urinario no es a través del autor Duchamp sino del fotógrafo y de la reseñadora, ahora el filósofo, el filólogo o el geógrafo deben dejar el paso al “metodólogo” que es quien conoce el modo de aplicar las nuevas técnicas que pongan al alcance de los clientes (uy, quiero decir del alumnado) las competencias de los otros. 

Por último, el espectador de la exposición de Duchamp no accede a la obra sino a través del hombre ciego que documenta su existencia. Igualmente, el alumnado cliente accederá, mediante los sistemas de garantía interna de la calidad de cada centro universitario, al simulacro fantasmal de conocimiento que cabría denominar tecnohumanismo en serie.

Hagan la prueba de ser iconoclastas. Unas tuberías transversales generarán las suficientes sinergias entre el ready-made de los estudios humanísticos y las lagunas que se pueden formar a sus pies.  Después de haber pagado un buen pico por la entrada, puede que usted exclame: “¡Esto es una tomadura de pelo!”.  Pero será porque no entiende la complejidad del mensaje artístico postmoderno. A diferencia de ciertos pedagogos, Duchamp sí sabría reírse: “las únicas obras de arte que la Pedagogía ha producido son la metodología y los aplicativos”. 


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